
Autores en el Candelero
Saludo y bienvenida
El doncel de aquellos días, ánimo inquieto, la respiración agitada, la mirada perdida en mundos de ensueño, buscaba en el aire y en la luz, en el cielo y en el horizonte, la saciedad de su pensamiento, de su imaginación, un rumbo a sus aspiraciones humanas.
Y vinieron a su mano libros, autores cuyo nombre era tenido entre los famosos de la escritura: el relato intenso, la emoción encendida, el perfil de seres en sus deseos, su desencanto, afán de búsqueda, a veces un venturoso encuentro.
Girones de vida humana, eso fue el cuento literario cuando, este género tenía relumbres de encanto, seguidores animados de honda emoción.
Escribir un cuento, ceñir a dos páginas la lucha pasional del que ama, o el grito dolorido del que sufre, la pupila limpia del niño, la pena callada de un anciano, el temblor de la vida o el escalofrío de la muerte… Cuántas historias de estremecida emoción, cuántas airosas expresiones ceñidas a la concisión de un relato, y la serie de nombres cuyo brillo en las letras no ha podido apagar el tiempo.
Ellos son los autores significados de aquel ayer, perdidos hoy en la barahúnda sacrílega de la computación con sus sortilegios donde asombrosos inventos quieren ahogar el sentimiento, en relámpagos de una pantalla electrónica.
Dónde quedó el deleitoso correr de la pluma que venía hilando a una con la mente, a una con el latido del corazón, aquel momento de una vida, aquella ilusión que coloreaba y llenaba de luces un alma, marcaba el ritmo en la sangre de un soñador El doncel quiso atrapar lejanas historias venidas en los egregios del pensamiento cuyo nombre seguirá sostenido en el candelero de los famosos de la literatura universal, honra y prez del arte en las letras, símbolo el más brillante de cuanto puede decirse acerca de los conceptos que se avienen a la cultura de un pueblo.
El arrapiezo cogía este libro y el otro, iba al nombre de aquel y el otro autor de la escritura, y entre la página y su emoción prendía un deliquio de encendidos sueños.
Dio en el ejercicio de tomar aquel perfil, recortar en su mente la figura que destaca en el relato, sacar a tal o cual personaje de aquel mundo, y como recortándolo sobre el escritorio, como poniéndolo aparte en el restirador, re-dibujarlo con su propia emoción analizar sus actitudes, valorar sus palabras, medir sus hechos, juzgar su trazo humano, apreciar así la hondura del texto y sacar cuenta del mérito creativo del autor.
Fue una disciplina que se impuso a sí mismo, un juego emocional que abarcaba todos los pasos que caben dentro de la creación literaria para decir si aquel autor merece o no, estar sobre el celemín.
Casos como, cuando…
** Se esparcía en el pueblo la melodía mañanerade Pastor dentro del cortinaje gris de la llovizna.
Las palomas desde el alero dudaban entre arrancar o no el vuelo; los vecinos se gozaban al despertar dulce de aquella flauta desvelada, y el señor cura sabía que era el momento de iniciar sus oraciones.
** El lechero se detiene frente a la ventana de Amal. El chiquillo sonríe como siempre a aquel hombre, y con rostro desvaído, desfallecida la voz, cansado el ademán, apagados los ojos, tiene con todo, penetrante visión para describir polvorientos caminos de tierra roja, árboles de fronda espesa y mujeres que bajan a lavar su ropa cada mañana hasta la orilla del río.
** Pero luego resuena desde abismos violentos el despecho que barbota en el alma de los viejos ante la irrupción de los jóvenes que se plantan a mitad del escenario, en alharaca tumultuosa.
Gritan los viejos, reclaman y exigen el puesto que se les quiere arrebatar, a través de las vibrantes voces de algunos grandes de las letras.
** Elisa vive en la atención de sus crisantemos.
Los trasplanta y cuida con amoroso anhelo mientras contempla en el camino que se dibuja en la colina, la imagen de un vendedor de cacharros viejos; se ha detenido el vagabundo ante los crisantemos de Elisa y con risas y aspavientos le dice cuán feliz es su vida de andariego. Elisa ha sentido una íntima opresión en el alma. ¿Acaso no podría ella ser como aquel individuo?
** El niño loco del pueblo es un caso aparte. El poeta ha querido asomarse a la mente perdida de aquel niño y quiere comprender a su madre que es toda para su hijo. El niño salta en la calle, brinca desde la ventana y hace cabriolas por la mañana hasta cansarse. Y luego permanece la tarde larga a la puerta a su casa viendo pasar la gente. Un día ya no apareció el niño; al poeta le ha dolido aquella ausencia. ¿Acaso el chiquillo voló al cielo? ¿Y su madre ahora?
** Un terraplén de mediana altura a un lado de la vía; un viajero pasa en ese tren todas las mañanas y se goza contemplando los juegos de las niñas sobre el terraplén. Las chiquillas se divierten simulando estatuas, encarnando vidas humanas.
El viajero las ve a lo lejos y disfruta de la inocencia de las niñas. Empieza luego soltarles papelillos de halago y las pequeñas comienzan a fijarse en el joven. Un día se encuentran de frente y se pierde el encanto. Las niñas ya no juegan en el terraplén, el viajero se ha cambiado a la ventanilla del otro lado. ¿Por qué a veces la distancia dice más que la cercanía? ¿por qué se prefiere el sueño a la realidad?
Por este orden vienen los personajes en los relatos reunidos en estas páginas. Es el autor y un cuento como muestra de lo que fue este género, de lo que ahondó en vidas y emociones, relatos con la fuerza, el calor humano, girones de nuestra existencia tan simple y común como es la vida, más acá de los requilorios que se ensayan hoy en artificios digitales.
Así fue en publicaciones ordinarias para el gusto de los lectores de aquellos diarios ay tan lejanos. Y pensar si sería posible retomar el camino y hacer que el cuento literario ocupe sitio en el quehacer de los escritores de hoy.
PERO hay otro aspecto señalado en la publicación de estos cuentos traídos desde los años sesenta del siglo pasado, éste es el de las ilustraciones del maestro Alfonso de Lara Gallardo, con que fueron publicados en su origen.
No es posible dejar en olvido el nombre de este maestro de la pluma y el pincel; grande en la acuarela dio a Jalisco una significación señera en esta forma de expresión y formó una generación de pintores que no pueden olvidar ellos mismos, cuánto deben en el ejercicio de este arte, a Alfonso de Lara.
Por aquellos tiempos la edición dominical en un Suplemento de Cultura, presentaba varios dibujos de Lara Gallardo que interpretaba, con la maestría de su pincel, con la levedad de su pluma, lo que los colaboradores de la sección decían en sus textos.
Cinco o más viñetas del maestro, y a veces requeridas de urgencia, aparecían cada domingo. Tarea ardua, deleitosa ocupación a lo largo de todas los días de la semana, en leer, pensar, imaginar, tramar, decidir el gesto y la figura con que tendría que aparece la traducción gráfica del dibujante, en las páginas del diario.
Los dibujos que acompañan estos relatos son una muestra pequeñísima de los que se publicaron en el dominical; cientos y miles fueron a perderse en el acervo de hemerotecas, si no es que ya parpadean en las luces de una transcripción digitalizada.
Los que aquí se incluyen fueron objeto de un tratamiento delicado y respetuoso de Sergio Mora García: fue necesario avivar algunas líneas gastadas en el tiempo, precisar un gesto, retocar un ademán, ampliar o reducir una imagen o conjunto de imágenes, y con todo ello decir que entre los grandes del candelero, los testigos de la obra de Alfonso de Lara Gallardo, hemos de reconocer cuánto hay que recordar de él y festejar en sus pinturas que no pueden los jaliscienses dejar en olvido.
También hay que pensar que estos dibujos fueron realizados a la pasada, fueron trabajos más o menos ordinarios presentados para “el diario” y quedan por abajo de las grandes obras, de los murales que tienen sitio preeminente en las grandes creaciones de la pintura en Jalisco, y sobre todo, del cúmulo de acuarelas, ejercicio en que destacó a nivel nacional y en el que dejó un número incuantificable de discípulos y seguidores que a él deben su desempeño en esta forma de expresión plástica.
Ver estos dibujos, seguir la línea volada que juega, se diluye en el viento y liviana y grácil, conforma un gesto, proyecta un estado de ánimo, mide el desplante de aquel temperamento, habla de una vocación, una destreza, la habilidad de un genio que nació para el dibujo.
Y se viene a la memoria en tono anecdótico la aseveración del padre Chayo, quien por cierto hace poco recibió el Premio Jalisco del Gobierno de Jalisco por el impulso que a lo largo de su vida ha puesto en tareas a favor del cultivo humanístico.
Galante y audaz dice el padre J. Rosario Ramírez:
“Yo hice dibujante a Alfonso de Lara. Lo invité a colaborar en la revista “Proa” que en el ciclo de humanidades teníamos en el Seminario. Y lo insté a dar a sus trabajos agilidad y soltura en la línea, facilidad en el rasgo, armonía en los elementos, destreza y dinamismo en los personajes”.
Escritores de enjundia, plumas de alto prestigio se han ocupado de recoger los datos biográficos de este maestro, las primeras señales de su vocación y los pasos en que fue avanzando a lo largo de su vida, los títulos alcanzados, los logros obtenidos y aquellos atisbos de honda espiritualidad con que se manifestaba y traslucía en sus obras, en su docencia, en el trato ordinario con todos los que lo rodeaban.
Porque los dibujos de Alfonso de Lara Gallardo representan en estas páginas un honor que deseamos que sea considerado en su valía, queremos esbozar una descripción de su persona: la frente amplia y limpia que irradia pensamientos elevados, los ojos profundos que revelan destellos espirituales y toda la expresión severa y grave, como reproduciendo el perfil de un venerable asceta.
Si el cuento en la literatura ha sido un género ahora descuidado, esta invocación de los veinte autores que elegimos y colocamos en el candelero de la excelencia, sirvan de marco para presentar el nombre y la obra de Alfonso de Lara Gallardo que es digno sobre toda consideración, de ocupar sitio de preeminencia en el candelero jalisciense de los grandes.

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